Anoche lloré mucho por el queso fundido…

Ayer fuí a la compra con mi hermana y Lucas. Después de haber trabajado duro durante todo el día fuimos a un gran almacén para hacer una compra juntas. Llevábamos muchos días con ganas de esto. Elegir los productos adecuados para cocinar unidas comidas ricas.

Las noches de “Pizza party” son muy especiales en casa. Siempre que vamos a hacer compras a este almacén nos proveemos de productos que nos cuesta encontrar en tiendas más próximas, como el pepperoni. Así que, aparte de llevarme harinas para días más especiales, cogí todo lo necesario para montar una pizza party de aúpa esa misma noche. Teníamos mucha hambre, era tarde, el esfuerzo de la gran compra a altas horas de la tarde estaba haciendo estragos y tenía ganas de que juntxs, en familia, nos pegásemos un homenaje. Así que a la hora de elegir el queso me tomé mi tiempo.

No es tarea fácil elegirlo, de él depende que la pizza sea una gozada, y necesitaba una pizza de infarto esa noche. Una rica comida que reconfortase mi ser. A primera vista vi un queso especial de pizzas que tenía muy buena pinta. Yo sabía bien que los quesos especiales de pizzas no eran buenos, eran malísimos y sabían a mantequilla. Pero por alguna razón ese me parecía el mejor. Miré diferentes quesos por encima, pero ese me parecía extraordinario. Quería una buena pizza. De esas que el queso lo es todo.

Después elegí dos bases de las buenas, de las de marca cara, y nos fuimos para casa. El carrito iba rebosando. Al llegar, bien entrada la noche, Albert, mi hermana, Lucas y yo teníamos claras cuáles eran nuestras tareas. Albert se puso manos a la obra con las pizzas. Se lo curró tanto. Una de pimiento amarillo, cebolla morada, bacon y atún. Otra de pepperoni y jalapeños. Mi hermana ordenaba la compra. Lucas jugaba en su rincón a secar coches que había lavado aquella tarde. Yo le daba las medicinas y cena hecha papilla a Conito. Todo estaba controlado.

¿Este queso?” Preguntó Albert. De pronto ese fue mi mayor temor. El queso iba a ser del malo, verás. “Tiene un poco de Margarina”. Sabía que era una mentira piadosa. Para no partir mi alma. Ese queso iba a ser margarina pura y sino verás.

Cuando nos sentamos a la mesa lo vi claro. Ese queso era del malo. Había elegido mal. De pronto sentí que mi mundo se caía. Sentía dolor por todo. Por no haber elegido bien, por ver a Lucas comer aquella porción, por observar a Albert tragando la pizza como si estuviese buena… Esa pizza sabía a margarina. No sabía a pizza.

Y de pronto lloré tanto. No lloraba por la pizza, ni por el queso. Realmente lloraba porque cuando nos encontramos aquella tarde, mi hermana y yo, ella me contó con pocas palabras cómo había sido la visita que le había hecho a papá aquella mañana en el cementerio. El significado real de esas frases se clavaron en mi ser durante toda la tarde mientras yo realizaba mis quehaceres.

Pero la cruda realidad afloró con ese bocado a esa pizza.

Y lloré, tanto que no podía consolarme. Lloré porque necesitaba hacerlo. Lloré en la cama y hasta que me dormí.

PD: Hoy me apetece regalarte esto…